La literatura de vanguardia es aquel corpus de textos surgidos bajo las premisas que el movimiento vanguardista ostentó en las primeras décadas del siglo XX. Básicamente, los criterios por los que se guiaron las vanguardias implicaban un rechazo a las normas estéticas establecidas mientras que propugnaban por la experimentación y la búsqueda de que el arte refleje los cambios que se vislumbraban tanto en lo social como en lo específicamente cultural. Desde esta perspectiva, es correcto afirmar que los rasgos fundamentales de estas literaturas eran tener un carácter de gran innovación y orientarse a tópicos que no solo no eran tradicionalmente considerados como estéticos, sino que rayaban lo decadente.
Las experiencias más relevantes de la literatura vanguardista son: el surrealismo, que imbuido de los aportes de Freud buscaba plasmar los ecos del inconsciente mediante la palabra haciendo uso de una escritura automática; el expresionismo, que buscaba expresar la emotividad interior por sobre una descripción imparcial del exterior; y finalmente, el ultraísmo, que fue una reacción al modernismo y que intentaba revitalizar el papel de la metáfora y eliminar las rimas.
Esta obsesión con tópicos poco desarrollados en el pasado puede explicarse si se observa el contexto en los que surgieron estas expresiones literarias. Durante las primeras décadas del siglo XX el mundo sufrió uno de los procesos de cambio más vertiginosos de la historia. En primer lugar, ya se vivía un clima de cierta convulsión como consecuencia de la herencia de la revolución industrial. En segundo lugar, se producen sucesos que afectaron a todo el mundo tanto desde lo político como desde lo social. La primera guerra mundial, la revolución rusa, la crisis económica de los años 30, fueron hechos extremadamente difíciles de afrontar y con enormes implicancias.